Sobre la caza de la arcea
La situación de la especie en Asturias
La arcea se ha constituido en la principal especie de caza menor en la región cantábrica y afronta una intensa presión
FLORENTINO BRAÑA
CATEDRÁTICO DE ZOOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE OVIEDO En las últimas semanas se ha estado madurando la elaboración de la normativa de caza que se publicará en la Disposición General de Vedas de Asturias para la temporada 2012-13, con la reunión preceptiva del Consejo Regional de la Caza, órgano sin capacidad decisoria, pero escenario natural de presentación y discusión en esta materia. Con respecto a la caza de la arcea o becada, ha habido diversas propuestas planteadas por representantes de la Federación Asturiana de Caza, del Club de Cazadores de Becada (CCB), de grupos ecologistas y de sociedades de cazadores, generalmente tendentes a incrementar la presión cinegética con respecto a la situación vigente desde hace años, ya sea prolongando el período hábil o aumentando el número de días de caza por semana. Por mi parte, como director de un grupo de investigación que realiza estudios sobre biología de la arcea, argumenté contra el posible aumento del número de jornadas de caza ante la Dirección de Recursos Naturales del Gobierno del Principado de Asturias y extenderé aquí lo principal de esa argumentación y los fundamentos de algunas propuestas de manejo, con el propósito de suscitar un debate que llegue a un público más amplio y particularmente a los cazadores individuales no organizados.
Con las dificultades que implica la gestión de poblaciones invernantes de una especie migratoria cuya área principal de reproducción dista miles de kilómetros de la zona de invernada, y de la que no es fácil predecir el contingente anual de inmigrantes que recibiremos, las condiciones de caza de arcea en Asturias se mantienen desde hace años en parámetros aparentemente razonables en cuanto a la extensión de las zonas de reserva, la amplitud del período de caza, el número de días de caza por semana y el cupo diario de capturas. De hecho, este modelo se ha tomado como referencia por parte de algunos colectivos de cazadores particularmente preocupados por la conservación de la especie y la sostenibilidad de su caza. En tiempos, también por parte de una corriente significativa dentro del CCB, que propugna ahora un aumento sustancial de la presión cinegética sobre la especie en Asturias.
Los muestreos que hemos realizado en Asturias en los últimos años, comparando índices de abundancia de arceas en zonas cazadas (cotos regionales de caza) y en zonas similares no cazadas (zonas de seguridad y espacios protegidos), indican que la caza produce, aún en esas condiciones de relativa moderación, un fuerte impacto sobre las poblaciones locales, con una reducción sustancial de los niveles de abundancia en las áreas cazadas. Aun así, la presión cinegética sobre la arcea es menor en Asturias que en otras comunidades del norte de España, ya que está amortiguada por la gran extensión de las zonas de reserva y por el número relativamente reducido de jornadas de caza a lo largo de la temporada, lo que, unido a una cierta movilidad y redistribución de los individuos motivada por la búsqueda de nuevas zonas de alimentación y por cambios en las condiciones meteorológicas, hace posible que las arceas estén presentes durante el invierno en casi cualquier punto de Asturias. Así debe ser, ya que no es admisible actuar sobre una población hasta el punto de llevarla a su práctica desaparición de las zonas cazadas, aunque ésta se renueve cada año con la llegada de nuevos contingentes migratorios. La prioritaria exigencia de conservación no debe limitarse a garantizar que la especie esté presente de forma testimonial en un territorio, sino que deberíamos procurar que se mantenga como entidad ecológica funcional, con los niveles de ubicuidad y abundancia necesarios para que cumpla de forma significativa su papel de interacción en las comunidades.
Las series históricas de capturas de arcea registradas en diferentes zonas de Europa indican que esta especie ha experimentado un rápido e importante declive poblacional a mediados de la década de 1960 y una cierta estabilización posterior. En Asturias, el análisis de los índices de abundancia obtenidos en recorridos de caza estandarizados que se han obtenido en los últimos 20 años (recopilados, en buena medida, gracias al esfuerzo personal de Pablo González-Quirós con la colaboración de decenas de cazadores) no revela ninguna tendencia decreciente en este período. Todo parece indicar, por tanto, que las actuales condiciones de regulación de la caza en Asturias son compatibles con la conservación de la arcea e incluso con el mantenimiento de densidades aceptables en buena parte del territorio, lo que no impide que existan amplias áreas sobreexplotadas, principalmente en las zonas bajas del centro y oriente de la región. La conservación de la población reproductora local parece igualmente compatible con esa presión cinegética, a juzgar por la frecuencia de observación de machos en vuelos de exhibición durante el período de celo en bosques de montaña. Los muestreos realizados en las primaveras de 2004 y 2009 no indican menor abundancia o restricción en el área de ocupación en relación con numerosas observaciones menos sistematizadas acumuladas desde finales de la década de 1980. Éste es un asunto capital, ya que los análisis genéticos realizados en diferentes poblaciones que abarcan prácticamente toda Europa, desde Inglaterra y Noruega hasta Rusia, señalan un alto grado de diferenciación de nuestras arceas autóctonas, que creemos esencialmente sedentarias. Aunque su distribución durante el verano se limita a los bosques de montaña, en los que no se practica la caza de esta especie, las arceas se desplazan en invierno hacia las zonas bajas y son indistinguibles morfológicamente de las invernantes de origen norteño con las que coexisten, de modo que son igualmente objeto de caza cuando se asientan dentro de los límites de los cotos regionales. Los indicios preliminares basados en análisis de isótopos estables en las plumas (deuterio, principalmente), que constituyen un marcador sobre origen geográfico de probada eficacia cuando se trata de discernir distancias importantes en el eje latitudinal, y en las recapturas de arceas marcadas, sugieren que globalmente la incidencia de la caza sobre nuestra singular población reproductora es baja, pero tal vez sea más elevada en las proximidades de las áreas de montaña en que habitan durante el verano, y esa comprobación requeriría un estudio específico con vistas a garantizar su conservación.
No disponemos actualmente de toda la información que exigiría una gestión científica rigurosa de la especie, ni es posible estrictamente abordar dicha gestión a escala regional, dado que los contingentes de arceas invernantes en el sur de Europa se nutren de una mezcla de efectivos procedentes de diferentes áreas de reproducción en una amplísima franja del norte de Europa (desde Escandinavia hasta los Urales), cuya aportación cambia según años en función de las variaciones en el reclutamiento en esas áreas y de las condiciones meteorológicas durante la migración. Además, la conectividad entre las áreas de cría y las de invernada es difusa, ya que, si bien los adultos supervivientes tienden a retornar a las inmediaciones del lugar de su primera invernada, hay una parte importante de la población invernante (40-70%, según años) constituida por jóvenes menores de un año, que no tienen vinculación previa con ningún territorio. En otras palabras, puesto que el ciclo vital de las arceas incluye la reproducción, la migración y la obtención de recursos en áreas geográfica y climáticamente diversas, la dinámica poblacional de estas aves migratorias no puede ser comprendida desde una perspectiva local, de modo que la escala de estudio debe ser lo suficientemente amplia (en tiempo y espacio) para enmarcar procesos globales. Otra consecuencia lógica es que el manejo de esas poblaciones debería ser objeto de regulación internacional. Hay iniciativas en marcha en esa dirección, pero tropiezan con graves dificultades, ya que las competencias en materia de regulación de la caza están fragmentadas no sólo en función de la legislación general de ámbito estatal, sino de normativa específica de las comunidades autónomas y aún de territorios o provincias dentro de cada comunidad; así, por ejemplo, al examinar las órdenes de vedas de la temporada de caza 2011-12 en las comunidades de la región cantábrica, encontramos que el número de días por semana en que se permite la caza de la arcea varía considerablemente en territorios contiguos y esencialmente equivalentes: dos días semanales de caza además de los festivos en Asturias, tres días más los festivos en Álava y Cantabria, todos los días salvo los viernes en Vizcaya, todos los días sin excepción en Guipúzcoa. Ningún argumento justifica tanta disparidad.
Dada la variación entre años en la arribada de arceas y el carácter esencialmente impredecible de esa heterogeneidad, sería razonable regular la extracción en función de la población invernante que efectivamente se constate cada año. Ello exigiría regular la presión cinegética anual tras la realización de muestreos destinados a valorar el tamaño de población y otros pocos parámetros relevantes, como la proporción de jóvenes del año entre los inmigrantes, que da cuenta del éxito en la reproducción y explica en torno al 60% de la variación interanual de las capturas en Asturias. Por supuesto, esa valoración haría necesario retrasar el inicio de la temporada hasta el momento en que la migración se hubiera completado, lo que resulta incompatible con el ejercicio de la caza en sus parámetros actuales. La realidad es que las condiciones de regulación de la caza se deciden actualmente con independencia de cualquier expectativa sobre las características de la migración y se determinan, de hecho, con varios meses de antelación con respecto al inicio de la migración e incluso antes de que se inicie la reproducción que nutrirá la población invernante. No hay intención, por tanto, de aplicar criterios científicos o técnicos a la gestión, sino únicamente la confianza en que, en tanto no se incremente sustancialmente la presión cinegética, se mantendrá una cierta estabilidad en el sistema que hará sostenible el ejercicio de la caza. Naturalmente, este planteamiento es inseguro en esencia y exige, como mínimo, mantener una presión de caza moderada y mantener el sistema de vigilancia que ya está operando en Asturias a través del registro de las capturas en cacerías y de la comparación entre zonas cazadas y vedadas. Hay que recordar que en poblaciones de especies migratorias de largo alcance (el salmón es otro ejemplo), las fluctuaciones interanuales de origen natural, derivadas de la alternancia de años de bonanza o escasez en sus amplísimas áreas de reproducción, pueden ser importantes y tener efectos demográficos de recuperación lenta.
Ante la desaparición casi total de otras especies cinegéticas tradicionales, la arcea se ha constituido en la principal especie objeto de caza menor en toda la región cantábrica y afronta en consecuencia una presión muy intensa, incluso excesiva en amplias zonas que quedan prácticamente despobladas al final del invierno. Nada justifica el aumento generalizado del número de jornadas de caza, por tanto. Al contrario, las medidas inmediatas de manejo que cabe aplicar han de basarse en limitar la extracción, ya que la condición de inmigrante invernal de la arcea hace que apenas podamos incidir sobre el reclutamiento en origen. Otra cuestión es la forma en que podría eventualmente reducirse la presión de caza, ya sea modulando la «densidad de cazadores» en los cotos regionales en función de su nivel de extracción, instaurando cupos de captura anuales personales con independencia de los días y los territorios en que se satisfagan, en lugar de los actuales cupos diarios que permiten capturas excesivas en ciertas condiciones, o estableciendo zonas de reserva significativas en el interior de los propios cotos, por poner sólo unos pocos ejemplos. También sería el momento de hacer un esfuerzo para conseguir la coordinación interregional, con el fin de establecer niveles de captura unificados o justificadamente diferenciados, organizar el seguimiento de la fenología de migración e invernada, mantener un sistema de vigilancia y toma de decisiones ante situaciones excepcionales (sequías prolongadas, olas de frío, reproducción catastrófica), entre otros aspectos de la gestión de la arcea que requieren manejo sobre territorios extensos. Creo que el resultado de este proceso no supondría para la mayoría de los cazadores de arcea ninguna o apenas ninguna limitación en el ejercicio de la caza y resaltaría el objetivo de conservación de la especie como exigencia ética y como única posibilidad de mantener la actividad cinegética en el futuro.
CATEDRÁTICO DE ZOOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE OVIEDO En las últimas semanas se ha estado madurando la elaboración de la normativa de caza que se publicará en la Disposición General de Vedas de Asturias para la temporada 2012-13, con la reunión preceptiva del Consejo Regional de la Caza, órgano sin capacidad decisoria, pero escenario natural de presentación y discusión en esta materia. Con respecto a la caza de la arcea o becada, ha habido diversas propuestas planteadas por representantes de la Federación Asturiana de Caza, del Club de Cazadores de Becada (CCB), de grupos ecologistas y de sociedades de cazadores, generalmente tendentes a incrementar la presión cinegética con respecto a la situación vigente desde hace años, ya sea prolongando el período hábil o aumentando el número de días de caza por semana. Por mi parte, como director de un grupo de investigación que realiza estudios sobre biología de la arcea, argumenté contra el posible aumento del número de jornadas de caza ante la Dirección de Recursos Naturales del Gobierno del Principado de Asturias y extenderé aquí lo principal de esa argumentación y los fundamentos de algunas propuestas de manejo, con el propósito de suscitar un debate que llegue a un público más amplio y particularmente a los cazadores individuales no organizados.
Con las dificultades que implica la gestión de poblaciones invernantes de una especie migratoria cuya área principal de reproducción dista miles de kilómetros de la zona de invernada, y de la que no es fácil predecir el contingente anual de inmigrantes que recibiremos, las condiciones de caza de arcea en Asturias se mantienen desde hace años en parámetros aparentemente razonables en cuanto a la extensión de las zonas de reserva, la amplitud del período de caza, el número de días de caza por semana y el cupo diario de capturas. De hecho, este modelo se ha tomado como referencia por parte de algunos colectivos de cazadores particularmente preocupados por la conservación de la especie y la sostenibilidad de su caza. En tiempos, también por parte de una corriente significativa dentro del CCB, que propugna ahora un aumento sustancial de la presión cinegética sobre la especie en Asturias.
Los muestreos que hemos realizado en Asturias en los últimos años, comparando índices de abundancia de arceas en zonas cazadas (cotos regionales de caza) y en zonas similares no cazadas (zonas de seguridad y espacios protegidos), indican que la caza produce, aún en esas condiciones de relativa moderación, un fuerte impacto sobre las poblaciones locales, con una reducción sustancial de los niveles de abundancia en las áreas cazadas. Aun así, la presión cinegética sobre la arcea es menor en Asturias que en otras comunidades del norte de España, ya que está amortiguada por la gran extensión de las zonas de reserva y por el número relativamente reducido de jornadas de caza a lo largo de la temporada, lo que, unido a una cierta movilidad y redistribución de los individuos motivada por la búsqueda de nuevas zonas de alimentación y por cambios en las condiciones meteorológicas, hace posible que las arceas estén presentes durante el invierno en casi cualquier punto de Asturias. Así debe ser, ya que no es admisible actuar sobre una población hasta el punto de llevarla a su práctica desaparición de las zonas cazadas, aunque ésta se renueve cada año con la llegada de nuevos contingentes migratorios. La prioritaria exigencia de conservación no debe limitarse a garantizar que la especie esté presente de forma testimonial en un territorio, sino que deberíamos procurar que se mantenga como entidad ecológica funcional, con los niveles de ubicuidad y abundancia necesarios para que cumpla de forma significativa su papel de interacción en las comunidades.
Las series históricas de capturas de arcea registradas en diferentes zonas de Europa indican que esta especie ha experimentado un rápido e importante declive poblacional a mediados de la década de 1960 y una cierta estabilización posterior. En Asturias, el análisis de los índices de abundancia obtenidos en recorridos de caza estandarizados que se han obtenido en los últimos 20 años (recopilados, en buena medida, gracias al esfuerzo personal de Pablo González-Quirós con la colaboración de decenas de cazadores) no revela ninguna tendencia decreciente en este período. Todo parece indicar, por tanto, que las actuales condiciones de regulación de la caza en Asturias son compatibles con la conservación de la arcea e incluso con el mantenimiento de densidades aceptables en buena parte del territorio, lo que no impide que existan amplias áreas sobreexplotadas, principalmente en las zonas bajas del centro y oriente de la región. La conservación de la población reproductora local parece igualmente compatible con esa presión cinegética, a juzgar por la frecuencia de observación de machos en vuelos de exhibición durante el período de celo en bosques de montaña. Los muestreos realizados en las primaveras de 2004 y 2009 no indican menor abundancia o restricción en el área de ocupación en relación con numerosas observaciones menos sistematizadas acumuladas desde finales de la década de 1980. Éste es un asunto capital, ya que los análisis genéticos realizados en diferentes poblaciones que abarcan prácticamente toda Europa, desde Inglaterra y Noruega hasta Rusia, señalan un alto grado de diferenciación de nuestras arceas autóctonas, que creemos esencialmente sedentarias. Aunque su distribución durante el verano se limita a los bosques de montaña, en los que no se practica la caza de esta especie, las arceas se desplazan en invierno hacia las zonas bajas y son indistinguibles morfológicamente de las invernantes de origen norteño con las que coexisten, de modo que son igualmente objeto de caza cuando se asientan dentro de los límites de los cotos regionales. Los indicios preliminares basados en análisis de isótopos estables en las plumas (deuterio, principalmente), que constituyen un marcador sobre origen geográfico de probada eficacia cuando se trata de discernir distancias importantes en el eje latitudinal, y en las recapturas de arceas marcadas, sugieren que globalmente la incidencia de la caza sobre nuestra singular población reproductora es baja, pero tal vez sea más elevada en las proximidades de las áreas de montaña en que habitan durante el verano, y esa comprobación requeriría un estudio específico con vistas a garantizar su conservación.
No disponemos actualmente de toda la información que exigiría una gestión científica rigurosa de la especie, ni es posible estrictamente abordar dicha gestión a escala regional, dado que los contingentes de arceas invernantes en el sur de Europa se nutren de una mezcla de efectivos procedentes de diferentes áreas de reproducción en una amplísima franja del norte de Europa (desde Escandinavia hasta los Urales), cuya aportación cambia según años en función de las variaciones en el reclutamiento en esas áreas y de las condiciones meteorológicas durante la migración. Además, la conectividad entre las áreas de cría y las de invernada es difusa, ya que, si bien los adultos supervivientes tienden a retornar a las inmediaciones del lugar de su primera invernada, hay una parte importante de la población invernante (40-70%, según años) constituida por jóvenes menores de un año, que no tienen vinculación previa con ningún territorio. En otras palabras, puesto que el ciclo vital de las arceas incluye la reproducción, la migración y la obtención de recursos en áreas geográfica y climáticamente diversas, la dinámica poblacional de estas aves migratorias no puede ser comprendida desde una perspectiva local, de modo que la escala de estudio debe ser lo suficientemente amplia (en tiempo y espacio) para enmarcar procesos globales. Otra consecuencia lógica es que el manejo de esas poblaciones debería ser objeto de regulación internacional. Hay iniciativas en marcha en esa dirección, pero tropiezan con graves dificultades, ya que las competencias en materia de regulación de la caza están fragmentadas no sólo en función de la legislación general de ámbito estatal, sino de normativa específica de las comunidades autónomas y aún de territorios o provincias dentro de cada comunidad; así, por ejemplo, al examinar las órdenes de vedas de la temporada de caza 2011-12 en las comunidades de la región cantábrica, encontramos que el número de días por semana en que se permite la caza de la arcea varía considerablemente en territorios contiguos y esencialmente equivalentes: dos días semanales de caza además de los festivos en Asturias, tres días más los festivos en Álava y Cantabria, todos los días salvo los viernes en Vizcaya, todos los días sin excepción en Guipúzcoa. Ningún argumento justifica tanta disparidad.
Dada la variación entre años en la arribada de arceas y el carácter esencialmente impredecible de esa heterogeneidad, sería razonable regular la extracción en función de la población invernante que efectivamente se constate cada año. Ello exigiría regular la presión cinegética anual tras la realización de muestreos destinados a valorar el tamaño de población y otros pocos parámetros relevantes, como la proporción de jóvenes del año entre los inmigrantes, que da cuenta del éxito en la reproducción y explica en torno al 60% de la variación interanual de las capturas en Asturias. Por supuesto, esa valoración haría necesario retrasar el inicio de la temporada hasta el momento en que la migración se hubiera completado, lo que resulta incompatible con el ejercicio de la caza en sus parámetros actuales. La realidad es que las condiciones de regulación de la caza se deciden actualmente con independencia de cualquier expectativa sobre las características de la migración y se determinan, de hecho, con varios meses de antelación con respecto al inicio de la migración e incluso antes de que se inicie la reproducción que nutrirá la población invernante. No hay intención, por tanto, de aplicar criterios científicos o técnicos a la gestión, sino únicamente la confianza en que, en tanto no se incremente sustancialmente la presión cinegética, se mantendrá una cierta estabilidad en el sistema que hará sostenible el ejercicio de la caza. Naturalmente, este planteamiento es inseguro en esencia y exige, como mínimo, mantener una presión de caza moderada y mantener el sistema de vigilancia que ya está operando en Asturias a través del registro de las capturas en cacerías y de la comparación entre zonas cazadas y vedadas. Hay que recordar que en poblaciones de especies migratorias de largo alcance (el salmón es otro ejemplo), las fluctuaciones interanuales de origen natural, derivadas de la alternancia de años de bonanza o escasez en sus amplísimas áreas de reproducción, pueden ser importantes y tener efectos demográficos de recuperación lenta.
Ante la desaparición casi total de otras especies cinegéticas tradicionales, la arcea se ha constituido en la principal especie objeto de caza menor en toda la región cantábrica y afronta en consecuencia una presión muy intensa, incluso excesiva en amplias zonas que quedan prácticamente despobladas al final del invierno. Nada justifica el aumento generalizado del número de jornadas de caza, por tanto. Al contrario, las medidas inmediatas de manejo que cabe aplicar han de basarse en limitar la extracción, ya que la condición de inmigrante invernal de la arcea hace que apenas podamos incidir sobre el reclutamiento en origen. Otra cuestión es la forma en que podría eventualmente reducirse la presión de caza, ya sea modulando la «densidad de cazadores» en los cotos regionales en función de su nivel de extracción, instaurando cupos de captura anuales personales con independencia de los días y los territorios en que se satisfagan, en lugar de los actuales cupos diarios que permiten capturas excesivas en ciertas condiciones, o estableciendo zonas de reserva significativas en el interior de los propios cotos, por poner sólo unos pocos ejemplos. También sería el momento de hacer un esfuerzo para conseguir la coordinación interregional, con el fin de establecer niveles de captura unificados o justificadamente diferenciados, organizar el seguimiento de la fenología de migración e invernada, mantener un sistema de vigilancia y toma de decisiones ante situaciones excepcionales (sequías prolongadas, olas de frío, reproducción catastrófica), entre otros aspectos de la gestión de la arcea que requieren manejo sobre territorios extensos. Creo que el resultado de este proceso no supondría para la mayoría de los cazadores de arcea ninguna o apenas ninguna limitación en el ejercicio de la caza y resaltaría el objetivo de conservación de la especie como exigencia ética y como única posibilidad de mantener la actividad cinegética en el futuro.
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